sábado, 22 de enero de 2011

El Viejo, el niño y el burro

Hace mucho tiempo, viajando por el interior, iba un viejo montado en su burrito, guiado por su nietito, que tiraba del animal por el cabestro. Esa jornada distaba de ser placentera. Ellos tenían como finalidad ir a una feria en la gran ciudad, donde intentarían vender el estimado animal y conseguir dinero para el sustento del viejo y su único nieto, huérfano de padre y madre.

Y así siguieron su camino. Al pasar por una pequeña villa, y habiendo allí muchas personas, comenzaron las críticas:
“¡Qué absurdo!”, decía la gente, con el ánimo bastante exaltado al ver a la criatura a pie y al viejo montado en el burro. “¡Los tribunales de menores y juventud tienen que saber esto y tomar las medidas correspondientes! ¿Cómo puede pasar una cosa de estas? ¡Qué locura!”, comentaban.
Sintiéndose incómodo ante esa situación tan embarazosa, el viejito de pronto cambió de lugar con el niño, que ahora seguía montado en el burro con el abuelo tirando del animal. “¡Bien, ahora creo que nadie se espantará, ni dirá nada!”, pensó él.
Y así continuaron su jornada. Pero, al entrar en un nuevo poblado, nuevamente escucharon críticas:
“¡Qué absurdo! ¡Pobre viejito! ¡Él es quien debería estar montado sobre el burro, no el niño! ¡Esto no es posible! ¿Qué mundo es este en el que nadie respeta al estado del anciano? ¿Adónde iremos a parar?”, era lo que se escuchaba.
Y nuevamente, el buen viejito, casi sin saber más qué hacer, hizo otro cambio. Se sentó sobre el burrito con el niño y, así, siguieron su camino.
En la siguiente ciudad, los comentarios fueron mucho más fuertes:
“¡Miren qué absurdo! ¡Pobrecito el burro! ¡Cargando a esos dos grandulones! ¡La sociedad protectora de animales debería hacer algo!”
Moraleja de la historia: nunca se podrá agradar a todos. Quien insista, ciertamente será un frustrado en la vida.
Dios le ha dado la fe para que cada uno camine de acuerdo a ella. ¡No de acuerdo a la opinión ajena!
Publicado Obispo Edir Macedo